NUESTRA CALI CULTIVA LO SUYO

Por: LUIS ALBERTO DÍAZ MARTÍNEZ *
Ante todo, Cultura es la expresión creadora desplegada por el ser humano mediante múltiples formas y modalidades artísticas o similares –así desde los presocráticos hasta Benjamín, Debord, Agamben y Onfray también se diga lo contrario. O sea, algo así como que cada una de las manifestaciones de la cultura refleja siempre lo esencial del ser humano: su sensibilidad, inteligencia, instinto, imaginación y espiritualidad; es decir, su infinita capacidad creadora (o destructora) y su conciencia de vida (o muerte). Por supuesto, y sin duda, preferiríamos que cultura fuese siempre conciencia de vida y humanidad, y culto a la alegría de vivir; también antídoto y antitodo contra la deshumanización, el imperio de las cosas (léase consumismo) y la destrucción. Pero como el ser humano es además gregario y social, pues casi de manera refleja necesita comunicar todo el tiempo su sentir, pensar, actuar, imaginar, evolucionar y crear; ni más ni menos que con el fin de satisfacer su necesidad permanente e irrenunciable de informar, formar y recrear. Y sólo así, el culto a la vida y al ser humano, su cultivo, es y será como el pan de cada día: el alimento perpetuo.
EL ME OYÓ DEL ASUNTO
Claro está que una sociedad en crisis o en conflicto crónico como la colombiana, sólo puede reflejar siempre esa situación particular de crisis o de conflicto crónico en cada una de sus actividades de cualquier índole. Y como tan graves problemas no surgen exclusivamente por generación espontánea o de la nada ni de la malévola condición de unos cuantos, como no cesan de pregonarlo las “buenas conciencias” o la autodenominada “gente decente” –siempre pura o inmaculada–, por supuesto que sus causas reales se reflejan en los resultados de cada quehacer individual o colectivo. Por eso cuando nuestra dinámica social, caleña y vallecaucana, también se halla regulada por los imperativos de los dueños del poder económico, político y mediático, quienes a su vez establecen los dictámenes locales y globales –glocales– del mercantilismo y de la sociedad de consumo, con sus liturgias centradas en el culto al dinero y sus transmutaciones del éxito, celebridad, ostentación, despilfarro, acumulación, opulencia, pedantería y banalidad, pues no podemos extrañarnos que nos ocurra cuanto padecemos. No en vano, al existir tales urgencias cosificadoras, aupadas sin cesar por la publicidad, por los contenidos vacuos y manipuladores de los medios de comunicación, por el deterioro de la educación, por un resquebrajamiento ético generalizado, por un Estado ó poder político y por un Establecimiento o sociedad civil corrompidos de tantas maneras, sólo podemos ser testigos y partícipes, por acción u omisión, de una reacción en cadena decadente a todo nivel y que sólo puede resolverse o traducirse en codicia, especulación, acaparamiento, corrupción, insensatez, hipocresía, falta de escrúpulo, indolencia, superficialidad, irrespeto, inconciencia, engaño y atropello en todo sentido.
¿ENTONCES, QUÉ?, MIRÁ, VE
De ahí que ante un panorama fundacional de esa calaña, sea digno reconocer que por fortuna aún existen campos y sectores donde el desempeño de raigambre humanista que distingue sin excepción a las diferentes manifestaciones de la cultura, al no ser terrenos abonados para el enriquecimiento monetario inmediato, han impedido que se dé al rompe la plena virulencia competitiva, rapaz, discriminadora y excluyente de otros ámbitos productivos o profesionales. Sin embargo, y para no alimentar un prurito impoluto o beatificador de lo cultural, es preciso reconocer junto a la inabarcable diversidad de nuestro mestizaje, que Cali es una ciudad puente o enlace del sur-occidente y del Pacífico (casi que se ha convertido en un cruce de caminos, por donde obligatoriamente tiene que pasar quien por los Andes occidentales debe ir al sur, al norte o al oeste de Colombia). Es así como ella nos ha permitido –y nos permite– con quienes se quedan y se siembran para germinar y fructificar aquí, vengan de donde vinieren o adonde fuesen: una idiosincrasia abigarrada, variopinta, multiétnica, pluricultural, pintoresca, serrana y costera, sí, parroquial y provinciana con orgullo, cerrada y abierta a la vez, pero también universal desde lo local, en la que por supuesto es posible encontrar ese inagotable menú de nuestras actitudes y comportamientos tan contradictorios, heterogéneos e inverosímiles, o sea la acomplejada complejidad que somos, y de la que no tenemos por qué avergonzarnos o renegar, sino al contrario, asumirla con todas sus consecuencias. No de otra manera puede entenderse que nuestro origen y continuidad colonial, a merced de un imperio tras otro cada vez, nos hayan inoculado una mentalidad dependiente y que oscila del complejo de inferioridad al de superioridad y viceversa, hasta decidirse por la pérdida de dignidad y encallar en la mediocridad de pedir permiso, exigir aprobación, someterse y hacerle venias a las normas ISO o de indexación con las cuales se pretende clonar el fetiche de la “calidad” y la “excelencia” académica, por no decir eclesiástica o escolástica.
HAY DE TODO PARA TODOS
Por tales motivos, con independencia de los avances y los aportes logrados en artes plásticas, música, danza, teatro, arquitectura, fotografía, cine, video, literatura, artesanía y todo el conjunto de formas expresivas que recrean la esencia de lo humano y cultivan la vida en cada una de sus realizaciones, no es de extrañar que también en los terrenos de nuestra cultura caleña y vallecaucana nos encontramos desde el creador desprevenido o paranoico, disciplinado o haragán y avaro o generoso, pero entregado a su causa que es la misma de la humanidad, hasta los gestores culturales pusilánimes o diligentes, autistas o relacionistas, arrogantes o amables, rosqueros o imparciales, modestos o vanagloriosos del supuesto liderazgo que alguna vez tuvieron los patriarcas regionales, pasando por el extenso abanico de promesas, diletantes, oportunistas, ascetas, genios, simuladores, vivos bobos, mojigatos, faquires, non plus ultras, esotéricos, eficientes, epígonos, quisquillosos, zalameros, maestros, anacoretas, embaucadores, prestantes, maromeros, notables, saltimbanquis, cazafantasmas, evangelizadores, ilusionistas, marrulleros, jurisperitos, trapisondistas, ermitaños, virtuosos, filibusteros, precocidades, talentos silvestres o apergaminados, excelencias, bohemios, atorrantes, académicos en trance de una jugosa jubilación, flagelantes, apóstoles, quintacolumnistas, summa cum laudes, estraperlistas, mártires, jíbaros, patricios, premios Nobel en ciernes… En fin, la taxonomía completa del bestiario que nos identifica, y en la cual usted, yo, nosotros, tenemos la casilla que nos merecemos por lo que somos (sabemos y hacemos) y nada más, así tengamos por montones de cuanta mercadería haya y esté por haber. Máxime en estos tiempos, en los que toda forma de exclusión merece ser proscrita, así los vedetismos y sus adherencias o florescencias no dejen de seguir campeando a sus anchas. Razones de sobra hay, pues, para que sin abandonar tantas peculiaridades preferibles a la monótona y tan socorrida homogeneidad de la santidad ecuménica, aprovechemos cada vez la circunstancia feliz de tantos eventos culturales cotidianos y frecuentes, elitistas o populares, de alto o bajo turmequé, multitudinarios o solitarios, opacos o rutilantes, que realiza la gente nativa y adoptiva de nuestra Cali, para que sin dejar de ser lo que somos tendamos puentes para el encuentro, la divulgación y la fusión o al contrario, también la división y dispersión. Y si es el caso o caos, asumamos incluso hasta ese calibanismo o canibalismo ancestral que nos caracteriza, para reconocernos y saludarnos o no, pero a la postre apreciar de cuánto somos capaces con nuestras infinitas potencialidades creadoras, que al final de todas las cuentas son las únicas que cuentan. Apenas eso.
AHORA SÍ: ¡AL GRANO O… LO DEMÁS ES LOMA!
Porque se trata sólo de ser coherentes con la evolución reciente de nuestra Cali, “cálida y alegre por su gente amable y vital”, calidosa y calidoscópica, la Cali sensual, acogedora, rítmica, melodiosa, refrescante, dulce, arrulladora, bullanguera, ingeniosa, cimbreante, embriagadora, arrogante y hasta sobradora, ¿por qué no?, que por fortuna dejó atrás y para siempre el bucolismo y la nostalgia cortesana del Alférez Real, y se metió de una en esta modernidad a partir de la industrialización de finales de los años 40 y de los desplazamientos campesinos de la violencia partidista o de las trashumancias internas en pos de un mejor porvenir de mediados de los 50 y de los 60, hasta producirse la gran transformación urbanística de los 70 y las oleadas migratorias del litoral Pacífico, como consecuencia directa de los VI Juegos Panamericanos en 1971, para luego seguir el interregno cómplice y alcahueta del espejismo y la destrucción anestésica del narcotráfico de los 80 y 90, y de la que aún no acabamos de salir en medio de mimetismos y atomizaciones, así nos encontremos en el nuevo milenio y en pleno salto del Mío, las megaobras y los IX Juegos Mundiales. Pero como sea, aquí estamos y de aquí no nos vamos porque no nos hace falta huir o ilusionarnos con los consabidos espejismos foráneos del viaje sin fin e irredento; además, no tenemos para dónde irnos ni tenemos con qué y tampoco tenemos nada que hacer o buscar en ninguna otra parte, precisamente en estos tiempos del apogeo virtual y on line que nos pone el mundo al alcance de un click y como si no fuera poco: nos permite estar aquí y ahora al mismo tiempo en todas partes. Por eso, tampoco tenemos que mendigar invitaciones o atenciones ni qué perder salvo la vida (nuestro único bien posible), y mucho menos irnos de parias o renegados, porque sólo podemos seguir haciendo lo que más nos gusta hacer y como creemos que se debe hacer, sin genuflexiones o complacencias: pues nuestro único y verdadero patrimonio es el privilegio de vivir y de crear y recrearnos con cuanto somos (por lo que sabemos y hacemos, y no por las cosas que tengamos y acumulemos), solos o en grupo, pero en todo caso persistiendo con el cultivo perenne y liberador de nuestraCali, a donde quien llegue será bienvenido y bien despedido cuando quiera irse.