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De los gozos del cuerpo

Harold Alvarado Tenorio

«Como un prólogo de Consuelo Triviño Anzola»

El poeta es, y así se comprueba en estos poemas, un guerrero o un profeta desarmado. Que, a diferencia de otros, nunca reclamará paz, amnistía, perdón u olvido. Porque el poeta, en acto solitario, seguirá en su duelo con su ángel o demonio, mientras en cualquier parte del mundo se crea en una paz falsa fundada en la injusticia. La del poeta, como en Harold Alvarado Tenorio, es una guerra desarmada, una guerra desalmada. Su lucha es cósmica, sobrepasa los acotamientos propios de los estados, las barreras de la lengua.

Pero, si no puede ofrecer paz al poeta, la sociedad por lo menos podría deponer frente a él la indiferencia. Que aquella contienda, no elegida con el demonio del verbo, al menos pudiera suscitar, o la veneración. o al menos la piedad, de quienes han sido eximidos del hierro candente con que el destino marca a los poetas, esa gracia divina que, bien mirada, parece una condena, pues no sin pena se les asigna el oficio de traducir el mensaje cifrado de esa eterna y presente ausencia.